sábado, 19 de febrero de 2011
miércoles, 16 de febrero de 2011
Todos seremos ancianos
Nuestros viejos los más hermosos seres quienes al igual que los niños, necesitan tanto de nosotros. Son tan completos, con todo un cúmulo de experiencias, sabiduría, historias y valores ... tienen todo.
Nuestra forma de tratarlos no les ayuda a superar sus carencias, por el contrario se acentúa su soledad y abandono.Los arrojamos en geriátricos.Pero en estos hogares de cuidado diario y/o geriátricos es cierto que se trata de equilibrar el espíritu anciano, estimulándolo, dándole un poco de amor, de atención médica y psicológica, pero esto no es suficiente.
El calor del hogar fortalece el espíritu, compartir con los seres más importantes y ser comprendidos por ellos, estimula para sentir que todavía nos necesitan. Ellos necesitan más amor, mayor comunicación y ser estimulados a intentarlo una vez más, cuando se tropiezan y caen.
No se imagina uno lo que puede ser la soledad de la vejez, hasta que ella empieza a aparecer día a día ante nuestros ojos, en el rostro lleno de arrugas del anciano que pasa sus días esperando la llegada de un hermano que jamás vendrá a visitarlo, o en el silencio de una anciana que reza por unos hijos que no han vuelto a preguntar por ella, o cuando no hay respuesta para la anciana que, desde su silla de ruedas, pregunta:¿qué me va a mandar, doctora, para que se me quite la tristeza?...
Nuestra forma de tratarlos no les ayuda a superar sus carencias, por el contrario se acentúa su soledad y abandono.Los arrojamos en geriátricos.Pero en estos hogares de cuidado diario y/o geriátricos es cierto que se trata de equilibrar el espíritu anciano, estimulándolo, dándole un poco de amor, de atención médica y psicológica, pero esto no es suficiente.
El calor del hogar fortalece el espíritu, compartir con los seres más importantes y ser comprendidos por ellos, estimula para sentir que todavía nos necesitan. Ellos necesitan más amor, mayor comunicación y ser estimulados a intentarlo una vez más, cuando se tropiezan y caen.
No se imagina uno lo que puede ser la soledad de la vejez, hasta que ella empieza a aparecer día a día ante nuestros ojos, en el rostro lleno de arrugas del anciano que pasa sus días esperando la llegada de un hermano que jamás vendrá a visitarlo, o en el silencio de una anciana que reza por unos hijos que no han vuelto a preguntar por ella, o cuando no hay respuesta para la anciana que, desde su silla de ruedas, pregunta:¿qué me va a mandar, doctora, para que se me quite la tristeza?...
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